domingo, 25 de diciembre de 2011

Mi nueva vida será un sueño.


Quiero despertarme en un sueño y seguir viviendo allí dentro, envuelta en él, como se cobija un feto en el útero de su madre. Quiero que sea un sueño de esos en que no te importa que la gente que quieres muera, porque sabes que volverán a aparecer en cualquier momento, como si nada hubiera pasado. Un sueño en colores, que los que sean en blanco y negro me recuerden mi niñez y me agobien, me provoquen sensación de claustrofobia. Un sueño donde todo el mundo pasee desnudo, con la cabeza bien alta, moviendo voluptuosamente todo lo que desee moverse, y donde nadie sienta vergüenza, ni tenga frío, aunque sea invierno. Un sueño donde, de repente, pases de hablar a coger sin que sepas porqué, y sin que tengas que enviar luego flores a nadie. 
En cuanto lo tenga todo listo y acondicionado, llamaré a un psiquiatra, le enseñaré unas cuantas fotos tomadas de mi sueño, y le pediré que me lo psicoanalice, a ver si tiene los huevos suficientes.

Sólo viaja quien regresa, y se va quien yo olvido.

He pasado meses, años, a veces creo que vidas enteras, echándote de menos sin saberlo, sumida en esta bendita sensación de felicidad que regala el desconocimiento. 
Apago la luz de la habitación y me tumbo en la cama, otra vez sin sueño, sólo con ganas de volar despierta. Me pregunto cuánto tiempo tardarás en desvanecerte, en desaparecer de mi vida, en convertirte en un recuerdo. Hay quien se hace un plan de pensiones, yo fabrico y guardo nostalgias para el futuro.
Es tan grande el silencio a mi alrededor que puedo oír los latidos de mi corazón. Siguiendo su compás a la perfección, las cucarachas, con sus frenéticos y desesperados pasos sobre el suelo de madera. Una, dos, tres... esta noche parece que van a organizar una fiesta. ¡Y yo con estos pelos !
No sé cómo eres, a qué huele tu pelo, a qué saben tus labios o cómo enciende pasiones el roce de tus dedos. Sólo sé que, sin darme cuenta, me he vuelto adicto al color de tu letra, al compás de tus oraciones y a la esencia de tus pensamientos. Y creo que tú también lo sabes.

Florece la inspiración.

Por debajo de tus ojos siempre despierto, las sombras de algunos pocos sueños te han conducido lejos. La luna palidece en el cielo, meciéndose en su columpio de nubes de diversas formas. Y vos... Vos ya estás muy lejos de aquí. Tu respiración acompasada abre paso al pensamiento ajeno y al caos que ahoga nuestras vidas. Otro día, otra noche que te han llevado. Otra vez lejos de mí, mi vida.
Y ¿sabés?, yo seguiré estando aquí cuando necesites a alguien que te mime o un bello lugar para algún amparo. Ampararnos, refugiarnos juntos cuando el sol brille por encima del alba.
Anoche, cuando dormías entre mis brazos, me preguntaba dónde estabas en realidad, en qué maravilloso héroe te habrías transformado, si conseguirías por fín volar entre el cielo y la tierra de este artificial mundo y luego de tantas preguntas sin respuestas, al final le pedí a las estrellas que brillaban sobre nosotros que lo siguieran haciendo mil años más, y que te enviaran mis mimos y mi refugio eterno cuando yo ya no esté aquí para cuidarte. Así no te sentirás tan pequeño o vacío, navegando por la inmensidad gris de estos mares que un día tu pupila le robó a una postal.

Carta para el dolor

Para entender bien como pensas, hay que pensar.
Pero para entender bien, porque elegís nuevamente encerrarte,
hundirte y ahogarte en tu propia mierda,
sin pedir ayuda,
sin mirar mi cara
y tratar de entender
que quiero ayudar,
y rescatarte de los posibles peligros.
Pero para entender bien como puedo hacer,
para sacarte de ese pensamiento inmundo que inunda tu mente
y te llena de deseo y ansiedad
y luego éxtasis irreal,
me voy perdiendo en tristeza y dolor
porque no encuentro solución.
Y sin más remedio no me queda otra que creer tus mentiras.
Mirarte a los ojos, que brillan en mi oscuridad y pensar.
Pensar que no puedo seguir si no estas
y repetirme una y otra vez,
si lloras por haber perdido el sol,
las lágrimas no te dejarán ver las estrellas.
Y llorar.
Y dormir.
Y olvidar.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Oliverio girondo


            ¡Todo era amor... amor! No había nada más que amor. En todas partes se encontraba amor. No se podía hablar más que de amor.
            Amor pasado por agua, a la vainilla, amor al portador, amor a plazos. Amor analizable, analizado. Amor ultramarino, amor ecuestre.
            Amor de cartón piedra, amor con leche... lleno de prevenciones, de preventivos; lleno de cortocircuitos, de cortapisas.
            Amor con una gran M, amor con una M mayúscula, chorreado de merengue, cubierto de flores blancas.
            Amor espermatozoico, esperantista. Amor desinfectado, amor untuoso...
            Amor con sus accesorios, con sus repuestos; con sus faltas de puntualidad, de ortografía; con sus interrupciones cardíacas y telefónicas.
Amor que incendia el corazón de los orangutanes, de los bomberos. Amor que exalta el canto de las ranas bajo las ramas, que arranca los botones de los botines, que se alimenta de encelo y de ensalada.
Amor impostergable y amor impuesto. Amor incandescente y amor incauto. Amor indeformable. Amor desnudo. Amor-amor que es, simplemente, amor. Amor y amor... ¡y nada más que amor!