miércoles, 12 de enero de 2011

Ella relató su propia historia, pero no dejó final escrito.

Yo tenía la ilusión de pasar un día genial, de pensar que nada lo iba a arruinar.
Sentía muchas ganas de reír, pero me era imposible no sufrir.
Por dentro sentía que moría, que mi alma se iba desprendiendo de mi cuerpo lentamente.
Nunca me tocaba el final, yo solo seguía viviendo, con la idea de que en algún momento,
en pleno centro, caería y me encogería de dolor. Un dolor en el pecho que es indiferente para muchas de las personas. Era de esperar, finalmente caí y comencé a sentir lo que normalmente siento cada vez que me pasa esto. El costado derecho de mi cuerpo quedó completamente inmóvil, el corazón comenzó a bombear rápidamente, logré escuchar como ese sonido traspasaba mi cuerpo y llegaba a mi oído izquierdo. Y yo quedaba en un mundo que era ajeno a mí, no conocía a las personas, no llevaba la ropa que creía llevar, sus voces resonaban por detrás de mí pero ninguna me resultaba conocida, el lugar no era el mismo, la situación era diferente.
Cuando logré incorporarme al mundo real, me senté sobre sobre un colchón blanco y al lado mío estaban mi madre y mi padre.
-Estás en el hospital, hija.- Dijo mi madre llorando.
Mi padre la abrazó, la contenía. Al finalizar aquel contacto entre ambos cuerpos, papá se volvió hacia mí y dijo: - Estás aquí porque te has desmayado en la calle y has estado inconciente un buen rato. Por suerte tenías el celular encima y una mujer se comunicó con nosotros para avisarnos sobre tu accidente.
Pero yo no me había desmayado y estuve conciente todo el tiempo, hasta que me transporté a otro mundo, uno que era prácticamente irreal, pensé.
No llegaba a comprender por qué mamá lloraba, al final estaba bien, en un lugar seguro, cuidada por médicos. Al menos que haya algo de lo que no querian que me enterase.
El médico interrumpió mis pensamientos cuando me dijo que tendría que hacerme un tomografía, pues la caída contra el suelo, me había abierto una herida en la cabeza, provocándome la inconciencia.
Lo cierto es que mi cabeza iba y venía para todos lados, daba vueltas, subía y bajaba, hacía de todo menos quedarse centrada en un sólo lugar. Sentía constantemente puntadas en la parte de arriba de la nuca, mí vista se nublaba, casi ni escuchaba, no pensaba, no hablaba.
Luego de salir de la sala de Tomgrafías Computadas, el enfermero me sentó en una silla de ruedas y me dejó en la habitación junto a mis padres. Esa noche fue la peor de mi vida. No pude dormir, el dolor me consumía las neuronas, pensaba que el tiempo se acababa y mis padres locos estaban. Grité tanto, lloré, me pegué, intenté escaparme de tanto cablerío enchufado en mi cuerpo, pero nada me calmaba ese dolor insoportable. Entre tantas cosas que pasaban en ese momento, llegué a la conclusión de que esto no había sido un simple desmayo y que mi herida en la cabeza no tenía nada que ver, porque ya me había pasado antes. Comprendí, entre tantas deducciones, que estaba enferma.
El enfermero entró y aplicó una inyección sobre mi antebrazo izquierdo, era un sedante.
Consilié el sueño a las 05:30 de la madrugada, pero desperté cuando oí a mis padres en el pasillo de afuera, en la sala, con un médico.
Ellos gritaban y lloraban, el médico trataba de calmarlos, pero evidentemente nada de eso sucedía porque ellos no paraban de hacerlo. Entonces supuse que era algo extremadamente malo, cuando escuché lo que dijeron.
Había pasado una semana cuando le pedí a mi padre un cuaderno y una lapicera para escribir, y a partir de ese día era lo único que hacía. Decidí escribir mi propia historia, pero seguramente no podré terminarla y quedará inconclusa y para el que lo lea, no sabrá que ha sido de mí.
Pero sí escribí esto para ustedes, para mis padres:
Mamá y Papá: sé que están atravesando un momento difícil, que ninguno se imaginaba que esto pasaría. Mi aneurisma fue avanzando cada día más,hasta dejarme en un estado final. Sólo quiero hacerles saber que ustedes han sido mis máximos referentes a lo largo de mi corta vida, con apenas 20 años puedo decir que voy a dejar el mundo con mi mejor sonrisa, del sufrimiento, de los incesantes dolores, de las lágrimas. La verdad es que ya no soporto el dolor, no quiero estar así, prefiero morirme, lo sé, es demasiado extremista, pero que más da, si ya está. El destino me jugó una mala pasada, no se si me merecía esto. 20 años, no es nada, pero me llevo conmigo inborrables momentos, mis primeros pasos, mis primeras palabras, mi comienzo en el jardin, la primaria, la secundaria, mi fiesta de 15, la universidad, mis amigos que son personas increíblemente maravillosas y de las cuales vivirán conmigo hasta el final. Jamás me va a alcanzar la vida para agradecerles todo lo que han hecho por mí. Los amo, sinceramente, más allá de todo, los amo.
Mamá y Papá, gracias por darme la vida y gracias por terminarla junto a mí.
Así concluyó la carta hacia mis padres, ahora solo me quedaba esperar el final.

-Nuestra hija ha sido, es y seguirá siendo por siempre lo más hermoso que nos ha pasado en la vida- Dije.
Mi marido me respondió: - Nunca imaginé que me haya pedido un cuaderno y una lapicera para relatar su historia.-
-¿Te has dado cuenta de algo Pedro?- Le dije.
-No, ¿a qué te refieres?- Contestó.
-Está escrito en pasado, ella sabía que se iba a morir. Me dijo que nos ha escuchado gritar en el pasillo:
Luz va a morir, y a nosotros nunca nadie nos la va a devolver.Ella sabía de su Aneurisma. Es por eso que te pidió este cuaderno.
Pedro se fue a dormir, yo me quedé con el libro en la mano. Ya habían pasado 10 meses de su ida, pero yo estaba parada frente a la ventana, esperando a que vuelva.
 

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